La noche prometía emociones fuertes desde el principio, pero pocos esperaban un arranque tan singular como el que ofreció Estrella Morente, la hija de la bailaora Aurora Carbonell y del legendario Enrique Morente, la gran dama del flamenco contemporáneo, que fue la encargada de abrir el concierto. La elección de Morente como telonera no fue casual: fue un cruce de caminos entre dos artistas que entienden la música como una expresión espiritual, una forma de resistencia y belleza. El público, sorprendido al principio, acabó rendido. Fue una apertura con alma, como presagio de lo que vendría después. Apenas media hora de una puesta en escena sobria y elegante, desafiando al murmullo de un público que, aunque quizás no conocía del todo su propuesta, supo acabar escuchando y rendido al talento.


Pero pronto el Coliseum de A Coruña se convirtió en un templo del rock, el funk y la sensualidad. Con más de tres décadas de carrera y un nuevo álbum a punto de salir del horno ("Blue Electric Light"), Lenny Kravitz regresó a Galicia por cuarta vez (Vigo 2008, Coruña 2012 y O Son do Camiño en O Monte do Gozo 2018) para recordarnos que el rock & roll sigue teniendo alma… y ritmo, mucho ritmo.
La expectación se sentía en el aire incluso antes de que se apagasen las luces. Familias enteras, fans de todas las edades y generaciones, desde quienes lo descubrieron con "Let Love Rule" hasta los que lo conocieron por "Fly Away" o "Are You Gonna Go My Way", estaban listos para celebrar. Y Lenny no decepcionó: salió al escenario con una energía arrolladora, directo a por todas desde el primer acorde de "Bring It On" en el que Lenny ascendía desde el subsuelo y con un potente cañón de luz sobre él en el que se adivinaba su silueta y la de su icónica guitarra Flying V.


Vestido con un look que combinaba el glam setentero con su estilo rockero inconfundible de largas rastas, gafas negras, pantalón ajustado de talle bajo y cazadora de cuero corta sobre camiseta y cadenas al cuello doradas, Lenny tomó el escenario como quien llega a casa: confiado, cómodo, magnético. Tras la apertura, encadenó "Minister of Rock 'n Roll" y "TK421", tema fresco y potente que anticipa lo que viene en su nuevo trabajo perfectementa acompañado de las luces azules y rojas que caracterizan esta última publicación. La banda, perfectamente engrasada, acompañaba con precisión quirúrgica pero con alma: batería contundente de la joven Jas Kayser (que llegó a poner al público en pie en su presentación y recibió una ovación de más de 2 minutos visiblemente ruborizada), guitarras cargadas de distorsión vintage del gran Craigg Ross (soberbio toda la noche y con el gran peso de las seis cuerdas durante toda la velada), una sección de vientos (Harold Todd, Michael Sherman y Cameron Johnson) y los coros de la Blac Rabbit Band (Amiri Atsu Taylor & Zephrah) , que le dio cuerpo y brillo a los momentos más funky.
Pero Lenny se gusta mucho y se hace gustar, cada paso es un posado aplaudido con locura, cada gesto está estudiado y si alguien está pensando en que es puro egocentrismo decir que pocos artistas se dignan a aprender el idioma de una comunidad para dirigirse a ella en perfecto gallego: “Quérovos, estou moi feliz de estar aquí con vosco”. Lo que desató una auténtica locura de aplausos.
Ya con el público completamente entregado, sonó el clásico "Always on the Run", con ese riff bestial que levantó a todo el recinto y en el que muchos apreciamos ese virtuosismo que desde el bajo aporta Hoonch “The Wolf” (El Lobo) Choi. Pero Kravitz no se quedó solo en la potencia: enseguida bajó las revoluciones para deslizarse en la cadenciosa "I Belong to You", puro groove, puro soul y con un George Laks soberbio a las teclas. Aquí comenzaron los primeros bailes lentos en las gradas, y las miradas cómplices entre parejas que probablemente compartieron esta canción hace años.
Uno de los puntos más altos de la noche llegó con "Stillness of Heart", donde la banda se contuvo para dejar que la voz cálida y algo áspera de Lenny llenara el espacio. El Coliseum, normalmente ruidoso, se quedó en un silencio casi reverencial. Le siguió "Believe", esa oda a la fe personal, que Lenny interpretó con los ojos cerrados, como si fuera un rezo soul.
La sección central del concierto trajo momentos nuevos y sorpresas. "Honey" y "Paralyzed" mostraron su faceta más experimental, con arreglos modernos que no pierden el sabor clásico. La mezcla de estilos —rock, soul, psicodelia, R&B— fluyó con naturalidad, como una sesión en estudio entre amigos. "Low" y "The Chamber" trajeron sensualidad y misterio, con Kravitz moviéndose entre luces rojas y azules, casi como una escena cinematográfica de los 70.
"I'll Be Waiting", solo al piano sobre un pedestal al lateral derecho del escenario, fue otro de esos momentos mágicos. Muchos en el público la cantaron entre lágrimas o con la voz temblando. Kravitz, sin excesos, la dejó respirar, demostrando que no necesita gritar para emocionar.
Y entonces… llegaron los hits. La recta final fue una descarga de energía pura. "It Ain’t Over 'Til It’s Over", con ese aire Motown que nunca envejece, hizo cantar a todo el Coliseum. Luego vino "Again", y ya no había duda: Lenny es un crooner moderno, un romántico con guitarra y alma de poeta callejero.
Con "American Woman", su versión electrizante del clásico de The Guess Who de 1970, la banda se soltó del todo, y él se paseó por el escenario como un predicador del groove. La euforia ya era total cuando sonaron los primeros acordes de "Fly Away": pogo espontáneo en la pista, brazos en alto, miles de voces al unísono. Y si alguien aún no había perdido la voz, la remató con "Are You Gonna Go My Way", donde guitarras y batería sonaron como una locomotora funk-rock desenfrenada.
El bis fue casi un acto litúrgico y muy pocas veces vivido con "Let Love Rule", himno imperecedero de amor, tolerancia y libertad. El Coliseum se convirtió en un solo coro, un mar de luces y emociones, mientras la canción se expandía en una jam final de más de veinticinco minutos!!!!!, con solos, improvisaciones, y Lenny caminando entre las gradas de Coliseum para coger de la mano a su adorada Estrella Morente que lo acompañó al escenario para cinco minutos de reverencias mutuas y ofrecer un final de concierto en el que el funk, el rock y el flamenco se fusionaron como amantes durante 5 minutos de pura sensualidad.
Más que un concierto, fue una ceremonia. Una muestra de que, a sus casi 60 años, Lenny Kravitz no ha perdido ni un gramo de autenticidad, ni de magnetismo. Un artista completo que no vive de las rentas, que sigue componiendo, arriesgando, evolucionando. Y sobre todo, sigue predicando lo que siempre ha sido su bandera: el amor como motor de todo.
A Coruña lo entendió, lo celebró y lo vivió. Porque mientras Lenny siga ahí arriba, con su guitarra al hombro y su corazón abierto, el rock no morirá jamás.
Os dejamos con una pequeña galería de fotos del concierto: