A Coruña vivió un acontecimiento musical sin precedentes con las dos noches consecutivas que Quevedo ofreció en el Coliseum los días 26 y 27 de septiembre. Las entradas estaban agotadas desde hacía semanas y el ambiente en los alrededores del recinto recordaba más a una cita histórica que a un simple concierto. Desde primera hora de la tarde, decenas de jóvenes formaban largas colas para asegurarse un buen sitio en la pista, muchos de ellos ataviados con camisetas y sudaderas de merchandising, cantando a coro fragmentos de sus canciones antes de que se abrieran las puertas. La expectación se respiraba en cada rincón, y una vez dentro, el público vibraba ya con solo ver aparecer las luces de las pantallas.
Más de 11.000 personas llenaron cada noche el pabellón, confirmando que el canario mantiene intacto el idilio con la ciudad desde su última actuación en 2023.
El inicio marcó el tono de la velada: Quevedo apareció atravesando un pasillo entre el público antes de subir al escenario, desatando la euforia desde los primeros segundos. El montaje escénico fue uno de los grandes aciertos de la gira: un escenario rectangular en su base, rodeado por pantallas LED suspendidas encima, que multiplicaban los efectos visuales y permitían a todo el público seguir cada detalle. La estructura 360º en el centro del Coliseum le permitió recorrerlo constantemente y mostrarse cercano a todo el aforo. Su carisma natural hizo el resto: no paró de moverse, de interactuar con las gradas y de mantener el contacto visual con todos los sectores, logrando que nadie se sintiera espectador secundario.
El arranque con "KASSANDRA" y "DURO" fue un estallido inmediato que dejó claro que la noche iba a ser intensa. Siguieron "CHAPIADORA.COM", "14 FEBREROS" y "LOS DÍAS CONTADOS", en un primer bloque que ya tuvo al público coreando cada palabra.
Su energía en el escenario estuvo acompañada de un despliegue técnico de alto nivel, con luces, sonido y una realización de cámaras impecable que multiplicaba el impacto visual. El protagonismo lo compartió con un equipo de ocho bailarines, que lo acompañaron en gran parte del repertorio con coreografías espectaculares y suplían la ausencia de músicos sobre el escenario.
La intensidad encontró sus momentos de pausa en canciones como "Amaneció" o "Halo", donde la emoción y la conexión se hicieron protagonistas. La interpretación de "Piel de cordero" fue uno de los grandes momentos de la noche, cantada por el público como si de un himno generacional se tratara.
El bloque central fue una demostración de la amplitud de su repertorio. "Playa del inglés", "Wanda" o "Vista al mar" desataron la euforia, mientras que las versiones de Karol G ("PERO TÚ"), Myke Towers ("SOLEAO"), Mora ("Apa") y Polimá WestCoast ("Lacone") sirvieron como guiños internacionales que el público celebró como si fueran propios.
Uno de los momentos más comentados llegó con "Qué asco de todo": Quevedo improvisó parte de la letra y al terminar, entre risas, lanzó un grito pidiendo que todos mantuvieran las linternas de los móviles encendidas. “¿Por qué me hacéis caso? ¡Así esto se convierte en una locura!”, exclamó, provocando que el Coliseum se iluminara como un cielo estrellado en uno de los instantes más mágicos del concierto.
La recta final reunió algunos de los mayores éxitos de su discografía: "NOEMÚ", "Still Luvin", "IGUALES", "GRAN VÍA" y "Tuchat", coreados sin descanso. Y cuando llegó "Columbia", el Coliseum se convirtió en un mar de saltos, gritos y brazos en alto, confirmando su estatus de himno absoluto.
El desenlace, con "Buenas Noches" y el esperado "Quédate" —enlazado con "MR. MOONDIAL"— fue de una fuerza arrolladora. La interpretación del tema más icónico de Quevedo desató un estallido colectivo que culminó en una ovación de más de dos minutos, un agradecimiento compartido entre artista y público que quedará en la memoria de todos los presentes.
La realización de cámaras durante todo el espectáculo, proyectada en pantallas gigantes, amplificó la experiencia y permitió disfrutar cada gesto, cada baile y cada complicidad con los fans. Todo estaba cuidado al detalle, pero sin perder la frescura y espontaneidad que caracteriza a Quevedo.
Lo que se vivió en A Coruña fue mucho más que un concierto: fueron dos noches de comunión entre un artista que se encuentra en la cima y un público que lo siente como propio. Quevedo no solo arrasó en entradas vendidas, sino que confirmó que su propuesta ha trascendido géneros y generaciones, consolidándose como uno de los nombres imprescindibles de la música actual.