Los encargados de recibir al público a las 19:00 fueron Carlos Crespo y Kris K Dj con su omnipresente La Duendeneta y una selección basada en la música gallega. Con su veteranía en estas lides y su saber hacer, muy poco les costó congregar a su alrededor a un gran grupo de gente.
Una hora más tarde era Alana quien salía al escenario. Antía Vázquez (voz y pandereta), Eloy Vidal (teclado, guitarra y voz) y Pablo Castro (percusión y gaita) son los componentes de un grupo que convenció, y mucho, en Pontevedra. Aprovecharon para presentar los temas de su trabajo "O xeito á cántigha" (2024). Siguen la misma línea de otros artistas como Tanxugueiras, Fillas de Cassandra, Mondra o Baiuca: mezclar lo tradicional con lo electrónico. Y, como cualquiera de los mencionados, lo hacen verdaderamente bien, más aún teniendo en cuenta que apenas llevan un año sobre los escenarios.


La voz de Antía es de auténtica locura; Eloy le da mucha fuerza al directo, y Pablo se muestra como un multiinstrumentista muy sobrio. Nos gustaron mucho en el directo temas como "Liñares", "Consuelo de Muiñeira", "Cantares de Camariñas", "Añobres" (su último sencillo) o "Carmiña Carmela". Es un grupo que recomendamos totalmente y, tal y como ellos mismos se encargaron de recordar, la próxima oportunidad para verlos será el 27 de abril en la Sala Rebulón de Mos.
Pasadas las nueve de la noche, Rodrigo Cuevas apareció sobre el público, en la zona de movilidad reducida del primer piso, con un magnetismo que no necesita presentación. Bastó una mirada, un gesto, una primera nota de "BYPA" para que el público se entregara por completo. La canción, que ya funciona como declaración de intenciones en su repertorio, estalló con fuerza electrónica y tradición, con cuerpo y alma ancestral.
Cuevas es un chamán contemporáneo, un juglar del siglo XXI que no canta para entretener, sino para despertar, sacudir y acariciar a la vez. Todo ello mientras valientemente se encaminaba entre las masas en dirección a un escenario al que le siguieron temas como "Más animal" —un himno visceral que conecta con la pulsión vital más instintiva— y "Allá arribita", donde la poética de la montaña y del arraigo se mezcla con la emoción de quien canta al origen sin caer en la nostalgia. En "Arboleda bien plantada", Rodrigo, casi hablando por momentos, coqueteaba con el rap, con una media tonada muy filtrada.
Bastaban unos primeros minutos de actuación y un puñado de temas para comprender por qué esta gira de La Romería, que terminaba aquí en Pontevedra, está nominada a “Mejor gira” por la Academia de la Música Española.
El concierto continuaba y el ritmo se volvía juguetón con "Valse", que coquetea con lo bucólico y la picaresca española, y que animó a más de uno a dejarse llevar entre risas y giros suaves. Luego llegó "Casares", donde Rodrigo vuelve a fusionar magistralmente sus referencias tradicionales asturianas con bases digitales y percusiones innovadoras. Fue imposible no acompañarle, ya sea con palmas, con cantos o con una emoción difícil de explicar.
El concierto también tuvo momentos profundamente emotivos. Uno de ellos fue esa reelaboración de un gran clásico como es "El día que nací yo". La intensidad emocional continuó con "Dime ramo verde", tema que aborda el bullying y la violencia contra las infancias diferentes. Rodrigo lo interpretó con una mezcla de ternura y rabia contenida, haciendo del canto un acto de cuidado. Y cuando parecía que el nudo en la garganta no se desharía, irrumpió con la arrolladora "¡Cómo Ye?!", una bomba de energía con ritmos afrocaribeños que devolvió las ganas de bailar y gritar de alegría.
"Xiringüelu" y "Veleno" subieron aún más la temperatura del recinto, convertido ya en una auténtica verbena de cuerpos libres, danzantes, diversos. La conexión con el público era total: Rodrigo no cantaba para la gente, cantaba con la gente. Cada pausa, cada gesto, cada chiste sutil, eran guiños que nos hacían sentir parte de una comunidad efímera pero intensa.
Los grandes genios se saben acompañar muy bien, y tras ese escenario que parece sacado de un concurso de televisión, hay unos músicos enormes: Rubén Bada, Tino Cuesta y Juanjo Díaz, además de la figura de la gran Mapi Quintana, uno de los mayores referentes del jazz en este país y de las voces asturianas actuales. En la coreografía, diseñada por el bailarín gijonés Pablo Dávila, el propio Pablo, Paula Fernández Naves, Blanca de Cossío y Máximo Ramírez consiguen robarle muchas miradas al gran Rodrigo en una danza perfectamente ejecutada, que encaja a la perfección con el espectáculo.
La noche seguía avanzando con "Matinada (Resaca)", donde la resaca no era solo etílica, sino también sentimental. Una canción que nos recordaba que, incluso después del goce, queda siempre un poso: una melancolía dulce que Cuevas supo manejar con maestría.
Volvimos a la fuerza con "Rambal", donde rindió homenaje a la figura icónica del transformismo asturiano que da nombre a la canción. Mártir de la disidencia en tiempos oscuros, Rodrigo volvió a evocar a las figuras silenciadas por la historia oficial. Cuevas no olvida, y con él, nadie puede olvidar tampoco. No cantó solo con la voz, sino con el pecho, con los ojos humedecidos de memoria y orgullo. El público respondió con un aplauso largo, sincero, casi silencioso, como si fuera más un abrazo colectivo que una ovación.
La "Muiñeira para a filla da bruxa" fue probablemente uno de los momentos más intensos del concierto: poderosa, bruja, casi un trance colectivo. Aquí, el vínculo con Galicia se hizo aún más palpable, como si esa muñeira hubiera brotado del mismo corazón de Pontevedra.
Y entonces, como cierre del repertorio principal, llegó "Romería". El título no podía ser más adecuado. Aquello ya no era un concierto. Era una romería contemporánea, un rito de paso, una fiesta sagrada donde se mezclaban la música, el baile, la memoria y el deseo.
Cuando parecía que no podía haber más, Rodrigo sorprendió a todos invitando al escenario a Ortiga, el músico gallego con el que comparte una química tan particular como festiva. Juntos interpretaron "La magia de tu melena", un regalo inesperado que puso el broche de oro a una noche que ya era perfecta. El tema, entre la cumbia gallega y la música de verbena digital, hizo que todo el recinto saltara, riera y cantara como si no hubiera un mañana.
Un público feliz se resistía a irse, feliz por lo vivido, y se quedaba a bailar bajo el buen sonido (como siempre) de La Duendeneta. La organización (Revenidas), feliz también, sabía que este ya era un concierto que pasará a la historia de Pontevedra, y que recupera y reivindica al Recinto Ferial como un lugar muy válido para grandes y épicas citas musicales.
Bajo las luces del Recinto Ferial no solo se escuchó música. Se tejió una red invisible de afecto, memoria y deseo compartido. Fue una romería, sí. Pero también fue revolución.
Rodrigo lo deja por un tiempo indefinido, y eso nos deja huérfanos. Lo de Rodrigo Cuevas no es solo música. Es performance, es activismo, es arte popular elevado a la categoría de alta cultura sin perder ni una gota de humor, ni un gramo de autenticidad. En Pontevedra lo volvió a demostrar: que se puede ser profundamente tradicional y radicalmente moderno, que se puede bailar y pensar, emocionarse y reír, reivindicar y gozar.
Os dejamos con la galería de fotos del concierto: