Con el sol todavía empujando fuerte, Northlane salió decidido a sacudir al público. Un problema técnico con su guitarra al comienzo del concierto puso a prueba las ganas del Resu de verlos en directo con un calor abrasador. Su mezcla de metalcore con electrónica y atmósferas progresivas creó un muro sonoro que empezó a atraer a la gente desde todos los rincones del recinto. Marcus Bridge, siempre intenso y cercano, llevó el show con carisma y una conexión constante, manteniendo la energía en lo más alto.
El setlist arrancó con la contundencia de "Carbonized" y la densidad de "4D", para luego enlazar con temas que demuestran la evolución constante de la banda: "Talking Heads", "Bloodline" y "Dante" mantuvieron a la audiencia vibrando. No faltaron los momentos más directos y pesados con "Welcome to the Industry" y el potente combo "Worldeater / Dispossession / Jinn", que agitó la explanada con circle pits y saltos por todas partes.
La recta final siguió a toda velocidad con "Solar", "Afterimage" y un cierre perfecto con "Clockwork", que dejó al público encendido y pidiendo más. Entre clásicos y novedades, Northlane firmó un arranque demoledor para la jornada, confirmando que siguen siendo una referencia imprescindible en el metal moderno.
Seven Hours After Violet es mucho más que una banda emergente: es un supergrupo formado por músicos de gran peso en la escena alternativa actual. Liderados por Shavo Odadjian (bajista de System of a Down), el proyecto cuenta con la voz rabiosa de Taylor Barber (Left To Suffer), la potencia de Morgoth Beatz y Josh Johnson (Winds of Plague), y la sensibilidad artística de Alejandro Aranda (Scarypoolparty).
La suma de estos talentos genera un sonido tan diverso como contundente, donde Shavo no solo aporta prestigio y trayectoria, sino que actúa como motor creativo y nexo de unión, dirigiendo la energía de cada miembro para ofrecer un directo vibrante y cargado de matices.
Mientras el calor empezaba a ceder, Seven Hours After Violet tomaron el relevo con una propuesta que combinó melodía y agresividad a partes iguales. Desde "Paradise" y "Alive", la atmósfera se fue encendiendo hasta estallar con "Go!" y "Float", que provocaron los primeros coros multitudinarios y saltos masivos.
El bloque central con "Cry", "Glink" y "Feel" mostró la versatilidad del grupo, capaces de moverse con soltura entre la emotividad y la contundencia. La pausa para el cambio de guitarras antes de "Glink" sirvió para tomar aire antes de la traca final.
"Abandon" y "Radiance" elevaron aún más el ambiente, preparando el terreno para un cierre brillante con "Sunrise", que se sintió como un abrazo colectivo mientras el atardecer empezaba a teñir el cielo gallego. Una actuación que consolidó la propuesta de la banda y dejó a todos con ganas de una próxima visita.
Con el cielo aún claro, Till Lindemann apareció convertido en un personaje tan elegante como inquietante. Desde "Zunge", quedó claro que no habría espacio para concesiones a Rammstein: esto era Lindemann en estado puro.
Fiel a su provocación, el espectáculo se pobló de imágenes grotescas y provocadoras en las pantallas, lanzamientos de tartas al público y al staff, y, durante "Fish On", el ya legendario lanzamiento de pescados a los fans, que desató el delirio y las risas.
La banda, vestida de rojo y siempre en tensión, aportó un contraste casi quirúrgico, marcando la teatralidad del conjunto. Destacaron la guitarrista principal Emily Ruvidich y la recién incorporada Dani Sophia, ambas en guitarra y coros, además de Constance Day en teclados y coros, Danny Lohner al bajo y el incombustible Joe Letz a la batería, quien volvió a robar miradas con su energía desbordante.
El setlist se centró en su proyecto en solitario: "Praise Abort", "Allesfresser", "Knebel", "Skills in Pills" o el celebrado cover de "Entre dos tierras" de Héroes del Silencio, que arrancó una ovación unánime. Un ritual oscuro, retorcido y magnético que no dejó indiferente a nadie y que se vio acompañado por la última luz del día gallego, acentuando la sensación de estar viviendo un espectáculo tan teatral como bizarro.
Mientras el Main Stage terminaba con la locura escénica de Lindemann y se preparaba para la llegada de KoRn, el Ritual Stage vibraba con Heredeiros da Crus. Los gallegos convirtieron el recinto en una auténtica verbena rockera, mezclando riffs pegadizos, letras gamberras y un ambiente festivo que conquistó especialmente al público local.
El momento más comentado llegó cuando bautizaron al showman Roberto Vilar, invitado estrella, con una sulfatadora industrial, en un gesto gamberro y entrañable que levantó carcajadas y aplausos. Su presencia en un horario tan destacado fue un merecido reconocimiento a su trayectoria, consolidándolos como referentes absolutos del rock gallego.
El setlist incluyó joyas como "Alabaré", "Non che teño medo", "R7 (O jran batacaso)" y el clásico inmortal "Vaiche boa", además de otras piezas menos habituales como "Convensido", "Esquimales" o "Sofá de sky". El cierre con "De Jalisia ó estranxeiro" sirvió de homenaje a su tierra y dejó el ambiente listo para seguir celebrando.
Ya entrada la madrugada, la explanada se preparó para uno de los platos fuertes: KoRn. Desde el mítico arranque con "Blind", la euforia fue total, con un pogo que parecía no tener fin.
El set fue un repaso impecable a su carrera: himnos como "Got the Life", "Clown" y "A.D.I.D.A.S." se mezclaron con piezas más recientes como "Cold". Hubo espacio para sorpresas, como el final de "Shoots and Ladders" enlazando con un fragmento de "One" de Metallica, o "Ball Tongue", con un guiño a La Di Da Di.
Tras el estallido colectivo con "Y'All Want a Single", el encore mantuvo el pulso con "4 U", "Falling Away From Me", "Divine" y el imprescindible "Freak on a Leash", que cerró el concierto en un clímax absoluto. Jonathan Davis demostró una vez más su capacidad para hipnotizar y encender a la multitud, mientras la banda sonó más afilada y potente que nunca.
Mientras la gran mayoría se entregaba a KoRn, el Desert Stage se convirtió en un oasis festivo con Eagles of Death Metal. Los californianos salieron a escena con un rock vitaminado y descarado, contagiando buen rollo desde el primer acorde.
Entre bailes, sonrisas y pura diversión, su rock directo y lleno de matices hizo que el público vibrara y creara una simbiosis perfecta con la banda. El momento en el que bajaron a las primeras filas para cantar y abrazarse con los fans fue pura magia, y el escenario —a priori más pequeño— se sintió enorme gracias a la conexión que lograron.
Para cerrar la noche en el Ritual Stage, Hämatom puso la guinda final con un show contundente y explosivo. Su metal industrial, cargado de actitud y teatralidad, mantuvo viva la llama de la madrugada.
La banda alemana, siempre entregada, generó circle pits, pogos y una última descarga de adrenalina que dejó a todo el mundo listo para volver a casa —o para seguir la fiesta en cualquier rincón del recinto. Un final perfecto para los que aún tenían energía que gastar.
La segunda jornada fue un viaje de emociones intensas: desde la brutalidad y el tecnicismo de Northlane, la mezcla explosiva de Seven Hours After Violet, el teatro grotesco de Lindemann y la fiesta local con Heredeiros, hasta la descarga histórica de KoRn, el rock descarado de Eagles of Death Metal y el cierre caótico con Hämatom. Viveiro volvió a demostrar que el Resurrection Fest es mucho más que música: es comunión, comunidad y celebración colectiva.
Os dejamos con la galería de fotos de la jornada: